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HIJO DEL DRAGÓN- CAPITULO VI

  • Mr.Ghost
  • 19 ago 2017
  • 13 Min. de lectura

La ciudad de Ushma-Damon era conocida por ser la máxima autoridad de poder político sobre el control de las Arenas Externas. En tiempos antiguos, la ciudad había resistido muchas guerras contra sus vecinos del este, cuando el Reino Naciente de Sindhu se encontraba en su máximo apogeo de dominio sobre el oriente. Se dice que el legendario Rey Amarillo ordenó construir su morada en el centro de la Gran Pirámide de Ushma, donde pudiera ver como su reinado se extendía a lo largo y ancho del mundo conocido. Si hay algo de verdad en el mito es incierto, pero lo que sí se sabe con certeza es que los antiguos habitantes habían decidido que no fuera fácil llegar hasta la Gran Pirámide, por lo que sus arquitectos diseñaron alrededor de ella una protección de tres murallas con forma de laberinto, de modo que fuera imposible atacar el corazón de la ciudad de forma directa.


En el pasado, los adoradores del Rey Amarillo pensaban que el camino por el laberinto era una prueba de devoción impuesta por su dios para que solo los verdaderos creyentes pudieran llegar a su encuentro. Afortunadamente, son pocos los que aún creen en las deidades del mundo arcano.


Cuando el gobierno de la ciudad decidió instalar su sede en la pirámide, los fanáticos religiosos iniciaron una tenaz campaña de terror que duro cinco años y termino con la casi desaparición de su culto, y los pocos que sobrevivieron fueron obligados a vivir en la clandestinidad cuando el Consejo de Emires decretó que Ushma-damon no reconoce a ningún dios. Aun hoy, los creyentes de la antigua fe creen que su rey vendrá de su descanso de mil años para desatar su ira sobre los infieles que profanaron su pirámide sagrada.


El centro de la pirámide era la zona residencial más acaudalada de la ciudad, donde solo los funcionarios de gobierno podían vivir , mientras que los nacidos en baja escala social subsistían en casas precarias instaladas en todos los rincones del laberinto, de esa forma, si había una invasión, no moriría nadie que importara.


Vazzir Florell miraba en dirección a la plaza del mercado desde su lujoso departamento en el centro. Sin embargo, no se podía decir que sus circunstancias fueran favorables, debido al hecho de que su residencia se había convertido en su celda desde que permanecía bajo arresto domiciliario por orden del Consejo de Emires, del cual era miembro.


En una tierra ausente de toda monarquía, la posición social era de vital importancia para hombres como Florell, quienes dependían de su éxito en las elecciones para Emir para continuar en el gobierno y “servir” a su pueblo, saqueando las arcas como venía haciéndolo en sus diez años de fiel servicio.


La cuestión es que el Emir Florell había cometido el error fatal de mezclar los negocios con el placer. Durante años se encargó de administrar el dinero de la ciudad en el Banco de Gezda, o eso les hizo creer a los demás miembros del consejo, y en el lapso de todo ese tiempo llevaron a cabo importantes negocios con el Gremio de Areneros. Mientras los grandes clanes criminales se dedicaban a aterrorizar las principales rutas de comercio, Florell hacia la vista gorda y cobraba una comisión por parte de Muur, de esta forma todo el dinero recaudado de estos negocios ilegales iba a parar a su cuenta en el banco de Gezda, lo que le permitió usar el dinero de la ciudad para darse su vida de lujos sin temor de que el dinero se agotara, y por lo tanto, sin levantar sospechas. Pero ahora faltaban diez millones de Ortolans de oro y Muur había dejado de enviar el dinero. De hecho, hace unos meses que no sabía nada del opulento Señor del Crimen.


Una sombra se estaba gestando sobre las Arenas Externas. Y Florell sabía que solo era cuestión de tiempo para que la oscuridad no tardara en venir por él.


La tranquilidad de su lectura se vio interrumpida cuando tocaron a su puerta. Al principio pensó que no había nadie en el pasillo hasta que notó la presencia de un niño andrajoso que lo miraba desde abajo. Sin duda era algún carterista de los barrios bajos. Se preguntaba como un indeseable así pudo evadir la seguridad de la pirámide hasta que sacó un mensaje sellado de entre sus ropas.


— ¿Emir Florell?


El Emir asintió con la cabeza y le entregó una pequeña propina por su servicio. En cuanto reconoció el sello de serpiente, su rostro se empalideció de repente y entornó los ojos sobre el niño sin saber que responder. Aunque el niño solo tenía una cosa que decirle.


—El Señor Oscuro le envía sus saludos.


Tan pronto como se alejó de su vista, cerró la puerta y se recostó sobre el sillón de su sala. Los rayos de sol que se filtraban por su enorme ventana con vista a la ciudad iluminaban toda la habitación y acarician sus parpados cansados mientras intentaba tomar una siesta para procesar todo y calmar su mente.


Por un solo instante cualquier atisbo de emoción que podía sentir Florell quedó petrificado al escuchar esas palabras, como si un viento frio rozara su cuello y el miedo congelara sus articulaciones. No era la primera vez que había experimentado algo así.


Desde aquella reunión en Gezda hace unos meses, las cosas se habían complicado para él.


Como Emir encargado de resguardar el dinero y los intereses de la ciudad, Florell controlaba las arcas y depositaba el dinero recaudado de los impuestos en el Banco de Gezda, la máxima autoridad financiera de las Arenas Externas. Es cierto que nunca fue un hombre de escrúpulos, pero no era tan estúpido como para pensar que podía usar abiertamente el dinero de la ciudad sin levantar sospechas por parte de los demás miembros del consejo, sus negocios con Muur le permitieron aumentar considerablemente su riqueza y entregarse a toda clase de placeres libertinos. En cierta forma, es irónico que en medio de esos placeres encontrase lo que después seria su perdición. En uno de sus viajes de rutina a Gezda, El Emir considero oportuno hacer una breve pausa y relajarse un buen rato en la Casa de Madame Zi-chii, el mayor burdel de la ciudad ubicado en el corazón de la “Calle de los Placeres” como le dicen los Gezditas.


Al parecer, debió de pasar un momento de éxtasis increíble, porque lo último de que recordaba era estar bebiendo una copa de Dolce Indigo en compañía de Nami, una joven Jinnahdi de catorce años cuya virginidad le había garantizado un precio relativamente alto al Emir. Una vez que Florell había acabado, lo cual fue en muy poco tiempo, la niña lo entretuvo contándole como había abandonado su país para probar suerte en un lugar donde pagaran más por su vagina y que se sentía feliz de haber encontrado a un verdadero hombre que pudiera darle lo que necesitaba y que no importaba lo rápido que fuera sino lo satisfactorio que resultara al final y toda clase de porquería y mentiras que alguien cuenta para que el cliente deje una buena propina.


Pero en algún momento algo debió pasar entre copas, porque lo único que el Emir Florell pudó ver después de una terrible resaca al despertar fue fue el cuerpo sin vida de la joven completamente empapado de moretones. La habían golpeado hasta la muerte de tal forma que apenas podía distinguirse lo que quedaba de aquella hermosa niña. Y al lado de su cadáver tendido en la cama, estaba sentado un muchacho apenas unos años mayor que ella.


El joven entornó sus ojos en Florell, quien aún estaba tratando de incorporarse del piso de la habitación, y luego giró su vista hacia el cuerpo de la muchacha.


—Penoso ¿no lo cree?— le dijo sin apartar su vista del cuerpo mientras leía la etiqueta de la botella al lado del cadáver—lo malo del Dolce Indigo es que nunca sabes cuándo dejar de beberlo.


El Emir estaba tan petrificado que tenía que esforzarse para hablar. Habían pasado varios años y pensó que lo había superado, pero nunca había desaparecido su gusto por las jóvenes, ni tampoco la horrible costumbre de limpiar un desastre cuando se despertaba después de un desmayo provocado por la bebida.


—Yo…yo no sabía, no lo sa…sabia—repetía constantemente tratando de reprimir su tartamudeo— lo limpiare…ten…tengo que limpiarlo.


Tomó una de las sabanas y la colocó sobre su cara destrozada para no tener que mirarla. Intentaba mantener la compostura para no tener que quebrarse pero no lo resistió y se echó a llorar sobre su cuerpo sin vida.


—oh Dios niña perdóname. No lo sabía…no…no lo sabía. Oh dios.


Gritaba y lloraba como si fuera un niño que rogaba el perdón de su madre para evitar el castigo. Ninguna persona racional creería posible que uno de los hombres más ricos y poderosos de las Arenas Externas pudiera quedar reducido a sollozos y desesperación solo por una retorcida tendencia sexual hacia las chicas vírgenes mezclada con los efectos del alcohol.


Erasmus Rochester vio a aquella criatura lamentable retorcerse entre sangre y lágrimas y supo que lo tenía en sus manos.


—Cálmese, Emir —le dijo en tono calmado mientras sacaba un pañuelo de su bolsillo y se lo ofrecía —no he venido a juzgar su conducta.


El Emir sacó su cara hundida de las sabanas y levantó la vista para verlo bien. Con todo lo que estaba pasando, apenas había reparado en la presencia del joven sentado en el otro extremo de la cama. Era un muchacho de cabello negro y de contextura de delgada. A pesar de su piel pálida, era bastante apuesto. Por la forma en que vestía y se movía, se notaba que era alguien perteneciente a una familia acaudalada. Llevaba puesto un jubón de cuero negro que hacia juego con un peculiar broche plateado que tenía la forma de una serpiente enroscada.


Era la vestimenta y apariencia de un extranjero.


— ¿qu….quien es usted? ¿Qué quiere de mí?—le preguntó secándose las lágrimas con el pañuelo que le había entregado y limpiando las manchas de sangre seca que habían quedado en sus manos.


—Mi nombre es Erasmus de la Casa Rochester y me temo que en estos momentos soy el único amigo que tiene—se levantó de la cama y comenzó a dar vueltas por la habitación — ¿o acaso tiene fe en que sus rivales políticos en el consejo dejaran pasar una oportunidad como esta?


Al oír eso, Florell se paró súbitamente y se apartó de la cama para enfrentarse a aquel mocoso. Estaba tan vulnerable que aún no estaba entendiendo la gravedad de la situación. El hombre asustado estaba recobrando su valor.


—Entonces ¿vino a chantajearme? ¿A mí?— hizo un gesto con la mano señalando al cuerpo en la cama— ¿Quién lo envía? ¡Dígale a Nuramak que se necesita mucho más que simples matones para sacarme del consejo!


Erasmus permaneció con la misma actitud fría y calmada. Ya de por sí, era una persona paciente. Con sus ojos, analizaba y estudiaba cualquier gesto o información que aquel hombre pudiera soltar. Su enojo repentino y su fragilidad emocional de hace unos momentos, marcaban el grado de influencia que el Señor Oscuro pudiera ejercer sobre él.


—Nadie me envía, Emir. Puede confiar en que mis intenciones son honestas—le respondió en todo calmado y le hizo un ademan para que se sentara en una silla de madera que se encontraba en la otra esquina de la habitación —tome asiento, insisto.


Florell obedeció de mala gana, por simple experiencia personal sabía cómo funcionaba la naturaleza del chantaje y a lo largo de los años había aprendido a distinguir con fluidez a los hombres peligrosos de los simples oportunistas caza fortunas. Supo de inmediato que aquel tono calmado, esa falsa cordialidad y esa suave intimidación, convertían a aquel muchacho en alguien digno de temer.


—Le ofrecería un trago pero creo que fue suficiente por hoy ¿no está de acuerdo?—le dijo sonriéndole en tono burlón.

Sin embargo, a Florell no le hizo tanta gracia.


—Creo que si vas a extorsionar a alguien, no es prudente humillarlo de mas, hijo—le respondió lanzándole una mirada de reproche— ¿Por qué mejor no…


—Se equivoca, Emir—lo interrumpió—no tengo intención alguna de extorsionarlo. Todo lo contrario, vengo para ayudarlo a que tome la decisión correcta.


Ahora si Florell no entendía nada de lo que estaba pasando. Si el motivo no era dinero o forzarlo a renunciar a su cargo, entonces no tenía idea de que mierda pudiera ser lo que aquel joven consideraba la “decisión correcta”


— ¿la cual es….?


—La oportunidad de librarse de todos sus enemigos de un solo golpe—le respondió— ¿o espera que crea que no lo ha considerado? Y puede estar seguro que los demás miembros de su consejo también lo han hecho, esa es la principal razón por la cual está siendo vigilado en su residencia privada en Ushma-Damon y también es la razón por la cual cinco hombres contratados por ellos lo siguieron hasta este burdel.


—Mentira.


Él sabía que de seguro cada palabra era verdad pero no podía permitirse parecer asustado ante aquel mocoso, por más miedo que inspirara no podía dejarse ver como alguien ingenuo.


—Un hombre tan hábil como usted haría bien en confiar en mis palabras— se sirvió un trago de Vino de Fuego e hizo una mueca de satisfacción —Excelente cosecha. No es tan adormecedor como ese Dolce Indigo que estuvo bebiendo pero alegra el espíritu.


<< Adormecedor >>, Pensó Florell


— ¿Qué es lo que quiere?— preguntó sin rodeos —usted no parece la clase de persona que va por la vida ayudando a las personas.


Normalmente él lo hubiera matado por aquel tono de insolencia. Pero consideró que permitirle una pequeña pizca de arrogancia lo haría entrar en confianza. Por lo que en lugar de clavarle su espada, le dedico una mirada de seriedad.


—A partir de este momento dejara de depositar en su cuenta el dinero que recibe por parte de Muur. Todo está detallado aquí —le acercó una pequeña libreta forrada en cuero negro— el dinero será enviado a una cuenta anónima que ya ha sido abierta.


—Pe...Pero ese dinero es… —por un momento dudó en decirlo en voz alta—no puedo hacerlo. Ese dinero es de las arcas de la ciudad. Si llegan a descubrir que falta dinero sería mi ruina.


Erasmus arqueó una ceja y lo inspeccionó de arriba a abajo. Aun se guardaba información para sí mismo. Tendría que ser más directo.


—Corrección, Emir. Ese dinero es para cubrir las pérdidas de las arcas que usted mismo administra ¿o me equivoco?


—No—admitió resignado encogiéndose de hombros—claramente me ha investigado y si sabe tanto como cree saber entonces entiende que no puedo hacerlo sin que se provoque un gran escándalo en el consejo.


La mirada gélida de Erasmus se tornó maliciosa al escuchar esas palabras. Evidentemente, el Emir le dijo lo que esperaba oír.


—Precisamente — afirmó Erasmus —le dará al consejo un gran escándalo. En los siguientes meses, el Señor del Crimen Muur dejara de pagarle su comisión regular por el uso de las rutas de comercio. Cuando eso pase y el consejo descubra la ausencia de esa suma, usted será arrestado y sometido a investigación. Si es culpable o no carecerá de importancia, puesto que les brindara la oportunidad a sus enemigos de destruirlo.


Florell ya no sabía si reír o llorar. Parecía que sin importar en qué dirección girara, sería imposible evadir la situación sin derramar su propia sangre.


— ¿esa es la gran ayuda que me brinda? Correré mejor suerte caminando desnudo por el desierto que con usted cuidándome la espalda—le dijo irónicamente—un juicio con cargos de malversación de fondos me destruiría. La expulsión del consejo será el menor de mis problemas cuando me den veredicto y me lancen a las celdas….o peor.


Erasmus cruzó los brazos sobre el pecho. Sabía que su oferta tenía que mostrarse tentadora, de otra forma aquel cobarde nunca se mostraría cooperativo.


—Nunca llegara a escuchar el veredicto, Emir. Cuando sea el momento, mis hombres darán un golpe en el consejo del cual no podrán salvarse. Le ayudare a crear una crisis lo suficientemente catastrófica como para que el pueblo lo apoye de manera de que usted quede como único gobernante. En lugar de alzarse en su contra, será su héroe incuestionable. Una vez que la toma de poder este completa, el dinero volverá, completamente limpio de toda deuda.


—Pero…¿eso es legal?


—Es legal si yo digo que lo es —dijo Erasmus —solo siga mis órdenes sin cuestionar.


Era cierto que la idea de aplastar a sus enemigos era demasiado tentadora como para dejarla pasar. Pero lo que realmente lo inquietaba era estar sustituyendo un mal por otro. No sabía absolutamente nada sobre Erasmus Rochester, excepto de que ese apellido le sonaba extranjero. Tampoco tenía ninguna garantía de que pudiera negarse fácilmente y salir vivo de aquel cuarto, porque era claro que estaba frente a alguien que sabía cuándo debía persuadir y cuando optar por utilizar la violencia. En todo caso, lo mejor era poner una excusa que al menos le diera algo de tiempo.


- El Director del Banco de Gezda jamás…


- El Director es el menor de sus problemas en este momento, Emir — lo interrumpió tomándolo del hombro.


Erasmus hizo un gesto hacia la cama donde aun yacía el cadáver de la chica pero Florell volvió rápidamente la mirada. Aun no podía sobreponerse a lo que había pasado. La única salida parecía resignarse. La experiencia política le había demostrado que aquel que vive sin aliados es el primero en caer del tablero, lo único que le preocupaba es que era posible que esta vez estuviera jugando el rol de peón.


— ¿Qué pasara con ella?— le preguntó con la mirada baja —no puedo irme sin…


—Es una chica sin hogar ni parientes que lloren su muerte, a nadie le importara si aparece muerta en el rio o en un burdel. Simplemente será como si nunca hubiera existido.


A pesar de ser alguien con una ética tan vacía como las botellas de vino que dejaba secas, el Emir tendría romper la única regla moral que de verdad respetaba: nunca pactar con alguien sin conocer quien es realmente.


—Está bien—aceptó resignado—tenemos un trato, siempre y cuando me prometa que no me condenaran.


—Sabía decisión, Emir.


Cuando se levantó de su asiento ya estaba listo para marcharse de aquel horrible lugar. Hasta que Erasmus lo detuvo bruscamente por el hombro. Aún no había terminado.


—Solo falta una cosa más— añadió Erasmus — ¿le importaría arrodillarse?


— ¿disculpe?


— Quiero verlo arrodillado.


Lo decía con tanta normalidad que parecía una broma de mal gusto.

No se complacía con obtener lo que quería ni le bastaba con arrancarle obediencia a la fuerza, no. Necesitaba humillar para sentirse satisfecho. Esa era la ley entre los seguidores del Fuego Rojo, la ley del fuerte: siempre denigrar al débil.


Florell aún no sabía que decir. Por un momento, un incómodo silencio recorría la habitación, donde el único sonido que podía escuchar era su propia respiración entrecortándose. Una gota de sudor pasó por debajo de su frente, y fue ahí cuando se dio cuenta de que su propio cuerpo apestaba a miedo. Era el miedo a morir ahí mismo si no hacia lo que Rochester le pedía. En medio de esa tensión, sus ojos se encontraron con los de él. Aquellas pupilas carmesí envueltas en un velo negro como la noche lo ponían incómodo ¿Qué clase de brujería habría transformado sus ojos de aquella forma?¿acaso este chico era un practicante de aquellas artes prohibidas que se le contaban a los niños en viejas historias de terror? La sola idea le erizaba la piel.


No quería humillarse pero sabía que no tenía otra manera de salir vivo de aquel lugar. Erasmus fue el primer en romper el silencio cuando se puso frente a frente ante aquel hombre muerto de miedo.


—No lo volveré a repetir, Emir—le dijo fríamente.


Vazzir Florell, quinto hijo de la dinastía Al-hanesh, uno de los hombres más adinerados de todo Kemet, se inclinó en completa resignación con su rodilla en tierra y su cabeza agachada. Sin importar quién era ni cuánto dinero e influencia tuviera en su bolsillo, no podía hacer nada. Su destino estaba en las manos de alguien más poderoso que él.


Un nuevo peón entraba en el tablero de los Rochester. Solo el tiempo determinaría que tan útil resultaría ser.


—Excelente, Emir —dijo sonriendo fríamente— descubrirá que todo el mundo tiene un precio…. y usted, al igual que su ciudad, me pertenecen.


Inmediatamente después de eso, un carruaje lo escoltó fuera del burdel y lo llevó directamente al Banco de Gezda. Todo el dinero de las arcas fue vaciado y enviado a la cuenta que Lord Rochester había arreglado. Al día siguiente, esa misma cuenta se cerró, junto con cualquier esperanza de rastrear el dinero. En pocos meses el fraude se descubrió y los miembros del consejo no tardaron en someterlo a investigación.


Por un momento, pensó que tal vez todo se habría tratado de una ingeniosa estafa y que, probablemente, aquel adolescente estaría en alguna costa del Mar Joven, bebiendo y disfrutando de su dinero. Pero ahora una carta le anunciaba que recibiría nuevas instrucciones en poco tiempo y que esperaba completa obediencia al ejecutarlas. Miró como el sol comenzaba a ocultarse desde la ventana y se preguntó si viviría lo suficiente como para volver a verlo otra vez.





 
 
 

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