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HIJO DEL DRAGÓN - CAPITULO V

  • Mr.Ghost
  • 12 ago 2017
  • 12 Min. de lectura

El palacio de Jade se localizaba en las parte más lejana de las Arenas Externas, a unas pocas orillas del Rio Setra, desde ahí se controlaba todo el crimen al Sur de Kemet. No había ningún secuestro, contrabando o pillaje sin que el Gran Jefe Muur estuviera informado al respecto. Todos los clanes criminales tenían que rendirle cuentas al Gremio de Areneros para poder realizar sus actividades, de lo contrario sus cabezas serian cercenadas y puestas en picas para servir como decoración al exterior de la fortaleza, así como también dar mensaje de lo que significaba oponerse a la voluntad del Señor del Crimen.


A medida que la caravana de Makar se acercaba más a la guarida de Muur, la pestilencia que emanaban los cuerpos empalados en los alrededores se volvía cada vez más penetrante. Al ver aquel temible jardín carne y lanzas, era más que claro que aún quedaban incautos que pensaban que podían derrocar semejante organización por la fuerza de las armas.


Por desgracia, Erasmus y Makar entraban en esa categoría.


—No encontrara otro lugar tan lleno de escoria y riquezas, Mi Señor—le repetía Makar mientras iban a caballo en compañía de Eradia —todo el poder en las Arenas Externas se concentra aquí. Pero no se deje engañar por el esplendor del oro ni por las delicadas gemas detrás de sus muros. Cada una de ellas se consiguió derramando la sangre de las otras ciudades.


Erasmus no se mostró impresionado, en sus dieciséis años en este mundo había conocido lugares más aterradores de los que muy pocos podían jactase de haber visto, por lo que la guarida de un Señor del Crimen era para él simplemente un edificio adornado de amenazas y espadas.


Ciertamente, había un atisbo de esplendor en lo que refería a la enorme fachada externa que se imponía cada vez más a medida que se acercaban. El Palacio de Jade debía su nombre a que la inmensa fortaleza estaba recubierta con exquisitos laminados de jade extraídos en el corazón de las minas de Xirii, donde el Señor del Crimen llevaba gran parte de sus negocios de contrabando en las Costas Lejanas del Sur. No se sabe a ciencia cierta quienes lo construyeron originalmente, pero las inmensas columnas de granito escarlata que imitaban el color de la sangre y el polvo de oro pintado de los relieves que representaban antiguos dioses de Kemet le daban cierto aire religioso: hombres con cabezas de halcón y mujeres con cabeza de gato sobre tronos sostenidos por esclavos esculpidos a punta de látigo.


El Señor Oscuro pensó que sin duda los antiguos ocupantes de la fortaleza habían tenido buen gusto, pero se lamentó que ahora estuviera en manos de simples criminales.


Cuando Eradia acercó su caballo al de Erasmus pudo notar que sus manos estaban rojizas por la fuerza de las esposas. De inmediato voltio hacia Makar con actitud iracunda.


- No veo porque mi hermano tiene que ir esposado — le replicó.


- Tiene que parecer real, Mi Señora — la tranquilizó — no olvide que, hasta donde Muur sabe, le estoy entregando su tributo junto con el responsable de asesinar a mis hombres. Al menos esa parte es cierta ¿no?


Erasmus no le contestó, ya de por si el sol de Kemet era más pesado que las bromas de Makar o sus comentarios de lo que haría cuando recuperara a su esposa.


- Hermano ¿quieres que nos detengamos un momento?


El muchacho negó con la cabeza y siguieron su camino.


A pesar de que las esposas de hierro le apretaban, la cadena tenía el largo suficiente como para que pudiera maniobrar el caballo sin problemas, de cualquier forma no las tendría puestas por mucho tiempo. Trataba de apaciguar el dolor al pensar en lo que estaba en juego. Si tenía éxito, tendría a su servicio uno de los mayores gremios criminales bajo un líder manipulable. Si fracasaba, su cabeza serviría para advertir a los próximos estúpidos que intentaran algo semejante.


Unos guardias los detuvieron en la entrada para inspeccionar a su grupo. Afortunadamente, por regla general, nadie podía ver el cargamento antes que Muur, puesto que implicaba una falta de respeto.


El hombre encargado de la inspección era un ser grotesco de baja estatura que tenía la mitad de su rostro desfigurado con marcas de quemaduras que le llegaban hasta el cuello. Parecía molesto con su trabajo porque le dedico a Makar una mirada de fastidio cuando vio las tres inmensas carretillas.


- ¿motivo de su visita?


- Entrega de tributo y prisioneros.


El hombre grotesco se dedicó a anotar en una pequeña libreta pero era claro que solo quería hacerles perder el tiempo.


-¿nombre?


-Ya conoces mi nombre.


-Reglas son reglas, Makar ¿nombre?


-Makar Neradd


-Muy bien. Firma aquí.


A Erasmus le impresionó que algunos criminales supieran leer y escribir, en el Imperio solo los Señores Oscuros y los militares estaban capacitados para ser hombres letrados.


-¿algo que declarar?


- Ya que lo preguntas, sí. ¿te gustaría ver el cargamento o con la última vez tuviste suficiente? — Makar le señaló la mitad de su rostro quemado.


<< Imbécil>>, pensó Erasmus. Como si la situación no fuera ya lo suficientemente delicada, también quería instigarlos a ser descubiertos sin siquiera haber cruzado la puerta primero. Solo esperaba que aquel enano desfigurado no quisiera tomar el comentario de Makar tan en serio. Si lo hacía…tendrían problemas.


Por fortuna el hombre negó con la cabeza e hizo un gesto hacia los guardias para que les abrieran el paso, por supuesto, no sin antes decirle unos cuantos insultos a Makar, Erasmus sabía lo que significaba la marca de ese hombre: había ofendido a su amo en el pasado. En las Arenas Externas era una costumbre quemar la mitad del rostro de aquellos subordinados que habían cometido alguna ofensa contra sus patrones. La marca de su vergüenza les recordaba que había peores cosas que morir. .Afortunadamente, el recuerdo de la experiencia del fuego sobre la piel había sido suficiente como para que aquel miserable no fuera de hacer muchas preguntas. Sin embargo, a partir de ese punto tuvieron que dejar los caballos en la entrada y continuar el resto del camino a pie mientras las grandes puertas de oro se cerraba detrás de ellos.


No era la primera vez que había tenido que permanecer esposado. En una ocasión, durante una batalla perdida ante el Reino, Erasmus había sido secuestrado por una banda de mercenarios en media una campaña de la Casa Rochester para someter a la población de Misty Harbor. Los rebeldes habían contratado a la banda para tomar al joven Señor Oscuro como rehén y obligar a su padre a abandonar sus tierras. En cierta forma el secuestro fue una pérdida de tiempo, ya que el Señor de Rochester se negó a dialogar o pagar rescate por la vida de su hijo. Durante los meses que fue prisionero, permaneció encadenado de cuello y manos y alimentado ocasionalmente. Solo su hermana acudió a su rescate, con cien de sus mejores hombres. Después de su llegada, no solo los mercenarios fueron masacrados ese día, sino que toda la ciudad fue arrasada por completo, incluyendo a las mujeres y niños. Todos conocieron la ira de Eradia, y aprendieron el costo de lo que significaba desafiar a la Casa Rochester. Con suerte, no habría necesidad de repetir los mismos resultados de aquella ocasión. Después de todo, no tenían intención de arrasar el palacio ese día, al menos…no con todos.


La cámara central se localizaba bajo una gran cúpula de piedra, donde los más grandes lugartenientes del gremio disfrutaban de los placeres de las concubinas del palacio por un precio razonable. Nadie se fijaba en ellos, estaban demasiado consumidos en el océano de vino y prostitutas como para notar a Makar y a su caravana de soldados ocultos. El lugar era frecuentado por asesinos a sueldo y solicitantes que venían de todas las ciudades a pedir el favor del Gran Jefe Muur, el cual acostumbraba escuchar a los pobres infelices desde su trono de Jade sobre una plataforma en compañía de sus muchas esposas para demostrar su opulencia.


Para Eradia aquello era un espectáculo grotesco, ver a ese hombre mórbidamente obeso bebiendo vino hasta vomitarlo y ver a sus esclavas obligadas a cumplir sus deseos. Casi sentía lastima por las pobres chicas. Muur parecía una horrible mezcla de carne, grasa y oro. Sin duda era un hombre tan poderosamente rico como excéntrico, llevaba una barba rojiza peinada en tres partes y sus dedos regordetes estaban repletos de anillos de los diferentes jefes criminales que había asesinado. Las grandes cadenas de oro que rodeaban lo que en teoría era su cuello le colgaban hasta la cintura….o algo parecido a una cintura.


Makar fue el primero en acercarse al trono, haciendo una modesta reverencia y entornando los ojos hacia arriba. Podía ver como Dorlea le servía vino a su nuevo esposo, la sola imagen era suficientemente hiriente como para que apartara la mirada rápidamente.


—Gran Jefe Muur – dijò con solemnidad —le hemos traído al hombre que asesinó a Gedd y al resto de mis hombres mientras cumplíamos con sus órdenes de saquear las cámaras subterráneas de Ib. Le pido su permiso para ejecutarlo y tomar a su hermana como mi esposa.


La primera respuesta de Muur fue un eructo después de tomar la copa de vino que le sirvió Dorlea, quien también evitaba hacer contacto visual con Makar. Él no tenía talento para actuar de forma solemne, con suerte no tendría que actuar por mucho tiempo.


—Acércalo ante mí —ordenó el obeso líder, mientras se chupaba la grasa de sus dedos. Makar obedeció y le presentó a su prisionero.


A diferencia de su socio, Erasmus era más perspicaz para la solemnidad y el protocolo. Sin embargo, él no se arrodillaba ante nadie.


—Saludos poderoso jefe Muur, Gran Señor del Crimen de las Arenas Exteriores —dijo permaneciendo de pie — la cortesía ha disminuido en estos tiempos, si quería vernos solo tenía que mandarnos llamar a nuestra nueva propiedad en Alamut.


— ¿y porque el halcón debería invitar a la serpiente a su hogar? Sus garras son la única cortesía que necesita. Si eres quien mato a Gedd, El Muro, entonces debería darte las gracias. Ahora sus mujeres son mías, a este paso tendré una para cada día del año, tal vez ya no necesite que tu mujer caliente mis sabanas, Makar.


El rostro de Makar no intentaba ocultar su desprecio, apretaba los dientes y tragaba saliva para no asesinarlo de inmediato. Luego miró a Dorlea y sintió que su ira se calmaba. Lo hacía por ella. Si ella vivía todo habría valido la pena. Serian felices pase lo que pase.


—He lidiado con halcones peores, Gran Jefe. No es recomendable desafiarnos sin medir las consecuencias. En estos momentos mientras hablamos nuestros hombres están entrando por los rincones secretos de su palacio hasta esta misma sala. Y juzgando por lo que veo, no cuenta con la cantidad de hombres suficientes para la protección de alguien de su importancia.


Erasmus hizo un gesto alrededor del gran salón, donde solo había unos pocos mercenarios y mujeres. Luego dirigió su atención a Makar para que diera la señal a sus guerreros, quienes salieron despedidos de la caravana y se apresuraron a desenvainar rápidamente, creando una perímetro alrededor de sus amos.


Todos los mercenarios dejaron sus copas de vino y sus mujeres y se pusieron a la defensiva. Aunque eran menores en número, eran suficientes para darles batalla.


—Estas acabado, Muur —interrumpió Makar —si te hubieras resguardado de guerreros en lugar de la compañía de estas mujeres tal vez hubieras tenido posibilidad contra mí.


El obeso Señor del Crimen rompió el silencio con una estruendosa risa, como si Makar acabara de contarle el mejor chiste que hubiera escuchado en su vida.


—Estas mujeres son la única protección que necesito. Ellas hicieron votos de protegerme del celibato ¿y dónde está horda de traidores que quiere eliminarme? Solo veo a unos cuantos pordioseros armados con acero barato.


Algo estaba mal.


La confianza con la que burlaba de ellos y la calma que mostraba frente al peligro indicaban que había un error de cálculo en los planes de Makar, Muur no estaba asustado, sino complacido.


<<sabía que veníamos por él>>, pensó Makar.


El resto de los renegados, que hasta el momento habían permanecido ocultos en los pasadizos del palacio, salieron de las sombras rápidamente y llegaron a las esquinas adyacentes de la cámara, rodeando el trono de Jade y dejando a Muur, Dorlea y el resto de las mujeres a merced de sus espadas.


Muur levantó las manos sarcásticamente imitando una señal de rendición y luego se limitó a aplaudir y entornar los ojos a Makar,


- Bien jugado — lo felicitó — como líder de esta organización, soy responsable de muchas vidas. Por lo cual, ordeno a todos los hombres que me son leales que se retiren. No tiene sentido de que mueran en este conflicto inútil.


Los mercenarios dejaron sus armas en el piso y se retiraron. Makar no se los impidió, los asesinos a sueldo no tienen alianzas formales con ningún sindicato criminal. Al final solo quedaban Muur y todas las mujeres del palacio, quienes suplicaban que no se les hiciera daño. Pero había algo que lo inquietaba, todo parecía demasiado fácil para ser cierto: los hombres dejando sus armas y huyendo del palacio, el hecho de solo Dorlea y Muur permanecieran tranquilos frente a la situación y sobretodo la cantidad de mujeres que había en la cámara. Las prostitutas siempre atendían la sala del trono y daban placer a los guardias del palacio, pero ese día había suficientes como para hacer una orgia ¿Por qué Muur había descuidado tan estúpidamente su protección?


Aun teniendo un solo ojo, Makar podía ver que algo no encajaba. No quería cometer ninguna estupidez hasta que Muur le dijera lo que estaba pasando.


- Te has pasado toda tu vida gastando dinero en mujeres y vino importado ¿no fuiste capaz de pagar mercenarios que no escaparan como niñas asustadas?


El Jefe criminal tomó otra copa y empezó a reír a carcajadas mientras rodeaba a Dorlea por la cintura con su gordo brazo.


—Esto es muy interesante, hay algo que te mueres por saber ¿verdad?— le dijo con una sonrisa maliciosa. — ¿acaso tus planes eran solo derrocarme o también planeabas negarme la vida?


- Ambos sabemos que nada me daría más placer que cortar tu horrible cabeza y dársela a los perros — le respondió con la mirada cargada de odio — y no soy el único que los disfrutaría.


- Eso pensé. Gracias por tu franqueza.


- ¿tienes algo que decir antes de que mis hombres se diviertan contigo moliéndote a palos? ¿Por qué mejor no me dices lo que crees que me muero por saber?


Muur puso sus dedos en forma de pirámide y sonrió alegremente como si acabara de hacer una especie de travesura. Ya era hora de mostrar su As bajo la manga.


- Supongo que no hace ningún daño que te lo diga:


>> Hace unos meses, un amigo de Gezda tuvo la amabilidad de advertirme de que había traidores entre mis hombres, hiriendo mi corazón y la confianza que tenia de ellos.


>>Al principio no quería creerle a mi amigo, quien me aseguro que tú encabezabas esa lista de traidores, junto con Boyce, Gerold y el resto de esos malagradecidos a los que nombré Jefes de Clan. Así que hicimos una pequeña apuesta de que si él lograba traer a estos traidores ante mí y hacerlos confesar su traición yo le regalaría uno de mis favores. Realmente es una pena que esto termine asi para ti, Makar. Tengo que admitir que no me esperaba a que él cumpliera de forma tan literal.


— ¿de qué estás hablando Muur? Si tú eres quien…..


El fuerte sonido del hueso de la pierna de Makar rompiéndose fue lo suficientemente estruendoso como para escucharse al otro lado del mundo. Erasmus le había propiciado una patada por detrás con tanta fuerza que era casi un milagro que su carne aún se mantuviese unida. El Señor Oscuro lo tomó por detrás y enroscó su garganta usando las cadenas de sus esposas. Con sus últimos momentos de vida solo podía intentar darse vuelta para al menos defenderse pero su cuerpo había perdido todo equilibro y sus manos solo podían rasguñar la cadena en un intento para poder exhalar alguna bocanada de aire. El resto de los hombres estaba paralizado, no sabían que hacer. Todo había sido una trampa desde el principio.


—Tu….me prometiste…. —Makar gemía de dolor mientras sentía como los eslabones de la cadena se hundían cada vez más en su garganta.


—Y he cumplido con mi parte. Te prometí que la volverías a ver— le dijo Erasmus mientras lo forzaba a mirar en dirección al trono— Ahí la tienes. Mírala por última vez y muere viendo esa indiferencia en sus ojos.


Era cierto. La mujer que había amado no se mostraba inmutada en lo más mínimo al verlo sufrir de esa manera. Ella ya no era la hermosa niña con la que había crecido en las calles. Ahora era una mujer revestida en joyas, oro y otras riquezas. Al principio, la dulce niña había sido tomada como esposa de Muur en contra de su voluntad, pero Makar no había contado con la idea de que, con los años, ella se acostumbraría a la buena vida de lujos que traía consigo el ser una esposa del Señor del Crimen. El oro y el poder valían más para ella que cualquier gota de sangre que pudiera derramar el hombre que la había amado.


Ella solo le dedico una última mirada fría y volteo su cabeza para despedirse. Al final, Makar se desplomó sobre el suelo, humillado y con el corazón roto.


—entonces ¿comenzamos? — preguntó Muur al resto de los renegados —chicas, ya saben qué hacer. Hagan ese baile que tanto me gusta.


Instantáneamente, las mujeres se abalanzaron sobre los hombres como animales salvajes, lanzando cuchillos ocultos y rebanando las gargantas de sus enemigos. Precisas, mortales y ebrias de sangre. Había resultado sumamente sencillo hacer pasar asesinas profesionales por prostitutas. Las que hasta hace un momento se habían mostrado indefensas y pretendiendo suplicar, ahora estaban sincronizadas en una horrible danza de sangre, cortando gargantas y lanzando agujas envenenadas a cualquiera que tuviera una espada en la mano.


Muur tenía razón. Aquellas chicas eran toda la protección que necesitaba.


Aprovechando la confusión del momento, Boyce intento envestir a Erasmus con su hacha pero no contaba que su hermana le cubría la espalda. El cuerpo del desagradable hombre se tumbó tan rápido en el suelo en cuanto Eradia lo decapitó con su espada de doble filo. El tiempo que había pasado exiliada le había hecho olvidar aquella emoción que sentía frente a un campo de batalla. Al verse inmersa en aquel escenario de gritos y muerte no pudo evitar unirse al resto de las mujeres en aquel festín de violencia.


En cambio, el joven Rochester solo se limitaba a mirar como sus ex aliados eran masacrados en torno a él.


<< Las cosas que se creen>>, pensó.



 
 
 

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