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HIJO DEL DRAGÓN - CAPITULO IV

  • Mr.Ghost
  • 7 ago 2017
  • 7 Min. de lectura

Cuando sus ojos estaban cerrados, podía percibir todo lo que pasaba a su alrededor. Podía escuchar el sonido de la lluvia lanzándole golpes a la piedra de los muros, podía oler la extraña fragancia de la arena mojada haciéndose más penetrante conforme la tormenta se hacía más fuerte. La oscuridad lo envolvía como una gran serpiente que se apresuraba a devorarlo.


Toda su vida había odiado la idea de dormir, pues es el único momento en la que un hombre está verdaderamente vulnerable a sus propios pensamientos. Sentía el frio en su interior intentando bloquear los recuerdos que se esforzaba por dejar atrás. Pero las voces afiladas lo seguían acosando en sus sueños.


Tú no eres mi hijo


En aquel laberinto de sombras que eran sus sueños, su cuerpo se sentía más ligero, como si pudiera desvanecerse ante la más leve ráfaga de viento. No tenía armadura, ni ropa, estaba sostenido solamente por el peso de su propia alma.


<<asi se debe sentir ser un fantasma>>, pensó.


En efecto, era un fantasma, siempre lo había sido para todos los que lo conocieron. Siempre menospreciado como si fuera invisible. A nadie le importaría si un día se desvanecía en el viento. Sencillamente dejaría de existir y nadie notaria su ausencia. Ni siquiera seria la sombra de un recuerdo, solo un fantasma. Siempre solitario y sin nada que lo ate al mundo de los vivos.


Una vez, en su niñez, había leído que los sueños solo eran las sombras de los recuerdos. Imágenes de nuestro pasado comprimidas en nuestra conciencia y transmutadas en partículas oníricas que se proyectaban ante nosotros cuando nuestro cuerpo descansa en silencio. Pero ¿Qué pasaba con los malos recuerdos? ¿Acaso de ellos estaban hechas las pesadillas? En ese caso, no había razón para pensar que estaba soñando, simplemente estaba preparándose para sobrevivir a otra pesadilla.


De eso si sabía. Sobrevivir era lo único que conocía.


Sobrevivió a la caída de Mortoros, sobrevivió a ser cazado por los Nobles, pero más que nada, sobrevivió a su padre.


Severo. Esa era la palabra que mejor lo describía. Aedes Rochester era un hombre severo y dictatorial que había pasado una buena parte de su vida en hacer miserable la de su propio hijo.


El día en que su esposa estaba en trabajo de parto, los médicos le aseguraron que no había manera de salvar a los gemelos. Le explicaron que era un trastorno común en algunos embarazos, en el que uno de los bebes se alimenta mientras que el otro se debilita gradualmente. Aedes no lo pensó dos veces y ordenó que dejaran morir al más débil y sacaran al que estaba saludable. Sin embargo, no contaron con la voluntad del niño por aferrarse a la vida. Aunque estuviera desnutrido, su corazón aun emitía pequeños latidos, completamente imperceptibles para los médicos, pero no para su hermana, quien incluso desde antes de nacer, ya estaba aferrada a él y no saldría de ahí sin su hermano. Después del parto, los médicos no sabían cómo explicar que lo que había pasado: él bebe sobrevivió aferrado a su hermana y gracias a eso pudieron salvarlo.


Sin embargo, mientras otros lo consideraron un milagro, el Señor Oscuro de Rochester lo tomo como una debilidad, y fue en ese preciso momento cuando supo quién de los gemelos estaría destinado a la grandeza y quien a convertirse en una decepción. Sin que el niño lo supiera en aquel momento, su destino ya había sido decidido.


Aquel recuerdo se le quedó grabado, como a casi todos los infantes, como una sombra abstracta de la que solo tendría conocimiento catorce años después.


Solo podía ver aquellos rostros inflexibles, juzgándolo, reprobándolo como siempre lo habían hecho, mientras se sujetaba a la mano de Eradia por debajo de la mesa, queriendo escapar a cualquier lado. Pero Lord Aedes no toleraría ninguna insolencia, pero sobretodo no toleraría que viniera de la persona que más despreciaba.


— ¿Qué acabas de decir?


—Dije que no — le respondió su hijo — el Emperador confía en mí para sucederlo y no permitiré que ninguno de ustedes me arruine esa oportunidad. si quieres el trono, ten el valor de tomarlo tú mismo.


Sabía que un desafío de esa clase podía llegar a costarle muy caro si su señor padre no se encontraba misericordioso, lo cual era casi siempre, pero no le importaba. Ya no le tenía miedo y ya era tiempo de tomar su lugar.


Roockwood, por su parte, consideró que era mejor intervenir antes de que el asunto alcanzara mayores resultados.


—Tienes una lengua muy afilada, joven señor de Rochester—le dijo al muchacho en tono burlón, pero sin ocultar una actitud desagradable —tal vez tanto tiempo con el Emperador te han vuelto arrogante.


Pero el joven no se dejaría intimidar, y menos por aquel viejo decrepito que ni siquiera compartía su mismo apellido.


—No más que usted, Lord Roockwood —le respondió—ha lamido las botas de mi padre por tantos años que su lengua ya debe estar negra.


De entre todos los aliados de su padre, Albedrich Roockwood era el más despreciable de todos, un Señor Oscuro de las seis Casas Imperiales que gozaba de poco poder real en el Consejo, aunque era extremadamente rico en minas de piedras preciosas. La codicia y el deseo de fortalecer sus alianzas políticas motivaron a su padre a tomar la decisión de prometer la mano de Eradia al hijo de Roockwood por la mitad del valor de dichas minas, cosa que desagradaba profundamente a su hija, al ser vendida como una golfa cualquiera, y que hizo que Erasmus ardiera de rabia al querer apartarla de su lado.


Roockwood hizo caso omiso del insulto y forzó una sonrisa fingida.


- Eso no significa que no tenga razón, jovencito. Tal vez la compañía del Emperador te ha hecho creer que tienes alguna autoridad.


Era cierto. Desde el día en que el Señor Oscuro Orphen, el mismísimo Emperador, lo había seleccionado como su legítimo heredero al Trono Negro, su visión de los demás había cambiado. Ahora podía ver con la frente en alto a todos los que lo habían subestimado y ridiculizado como tal cual eran: gusanos envidiosos y llenos de amargura. Ya no tenía que darle importancia a las burlas de Roockwood o a las amenazas de su padre. Algún día ellos, y muchos más, estarían a su servicio mientras él erigiría como nuevo Emperador.


La serpiente ya no tenía por qué escuchar a simples ratas. Era hora de defender lo que era suyo.


—Es suficiente —sentenció su padre— mientras yo siga siendo cabeza de esta familia harás lo que yo te mande. Te guste o no, tú y tu hermana tienen un deber con su Casa, y me asegurare de que entiendan eso las veces que sean necesarias.


<<y yo me asegurare de que te arrodilles ante mi cuando el Emperador este bajo tierra>>, pensó Erasmus


— Mi abuelo fue quien conquistó Ebano y le cortó la cabeza al Rey Vincent— le reprocho Erasmus — Él no necesitaba escudarse detrás de sus hijos para lograr sus planes. Al menos no con sus hijos legítimos…


Al escuchar eso, Lord Aedes se levantó de su asiento y golpeó la mesa para que se callara. Si había alguien que él odiaba más que a su hijo, era su difunto padre, Lord Aderion Rochester.


Eso fue lo que lo condenó. El abuelo de Erasmus fue un célebre Señor Oscuro y cabeza de la Casa Rochester, cuyas acciones en el campo de batalla le ganaron la admiración y respeto de todo el Imperio, excepto de su hijo bastardo, Aedes, quien había sido producto del adulterio con una criada, quien, como su hijo, trabajaba como sirviente en el castillo del Señor Oscuro.


Aderion solía abusar de su madre frente al niño hasta dejarla inconsciente por los golpes, pero nadie ponía objeción a sus abusos puesto que se trataba de una esclava tomada como amante. Ya en su madurez, el joven Aedes mató a su medio hermano para quedarse con su posición y posteriormente desafió a su padre delante de todo el Consejo Imperial a un combate singular por el liderazgo de la Casa Rochester. Con la muerte de su progenitor, obtuvo su título de Señor Oscuro de Rochester y el castillo de The Riddle, pero jamás se olvidó de él ni del odio que le provocaba.


Recordarle a Aedes sobre su pasado había sido un grave error.


- Muchacho, estas caminando sobre hielo quebradizo. Yo que tu cuidaría mi lengua — le advirtió entre dientes.

Pero él sabía que no podía dejarse intimidar como cuando era niño. En lugar de eso, también se paró de su silla, mirando fijo a su padre.


- Lo mismo le digo a usted…Lord Rochester.


Erasmus supo que mencionarle aquello había sido excesivo. Su madre y Roockwood lo miraron como si hubiera provocado la ira de un dragón dormido, y temiendo quemarse en medio de aquella situación, prefirieron quedarse al margen. Su hermana le apretó la mano como gesto de que cediera en la discusión, pero no podía echarse atrás después de haberse impuesto de esa manera.


Aedes camino lentamente hacia la otra punta del salón, listo para reafirmar su autoridad. Si la intimidación verbal no funcionaba, entonces lo intimidaría de forma mas dura.


Tú no eres mi hijo


Sabiendo que ninguno de los dos se disculparía, Eradia se puso en medio de ambos y apartó a su hermano con el brazo para protegerlo. A pesar de haberla vendido en matrimonio, Aedes todavía no llegaba a caer tan bajo como para levantarle la mano a su hija. Al ver que ella ya había adoptado su posición en el asunto, solo se limitó a hablarle sin apartar a Erasmus de su vista.


—El joven Emperador dice insensateces, hija mía. Necesita descansar—escupió Aedes apretando los dientes y tratando de controlarse —llévalo a sus aposentos y apártalo de mi vista.


Eradia asintió con la cabeza y tomó del brazo a Erasmus para que lo acompañara a las habitaciones pero este solo le retiro la mano con brusquedad. Aún no había terminado.


—Descansare cuando yo lo diga. No permitiré que…


Pero Eradia se apresuró antes de que la situación se tornara peor.


—Por favor, no lo hagas— le susurró al oído — déjalo así. Hazlo por mí.


Quería continuar diciéndole todo lo que pensaba de él y estaba mas que dispuesto a pelear por ello, no solo por él mismo sino también por su hermana, porque no permitiría que la tratara como su sirviente, ofreciéndosela a un desconocido que se la llevaría lejos.


Al final cedió a la petición de Eradia y se tranquilizó para no empeorar las cosas para ella.La habitación y el resto se convirtieron en humo negro que se desvanecía mientras los dos se alejaban de aquel recuerdo. Aun podía visualizar los ojos de su padre en aquel momento: rojos y llenos de un profundo rencor, eran los ojos de un rival acorralado, pensando en su próximo movimiento y con su mente llena de crueles intenciones.


Pero las palabras seguían en su cabeza a medida que las imágenes se distorsionaban y volvían a fundirse en la oscuridad.


Tú no eres mi hijo.


Al despertar solo podía ver el rostro de Eradia, recostada sobre su pecho desnudo. Su respiración era cálida y reconfortante porque tenía el efecto de hacer que todos los malos recuerdos se esfumaran, aunque solo fuera por un breve momento. Cuando ella abrió los ojos, le dedico una sonrisa y le acaricio su mejilla dulcemente mientras los dos aun yacían entre las sabanas. La luz del amanecer ya comenzaba a filtrarse por las ventanas de Alamut. Era hora de tomar el control de las Arenas Externas.


 
 
 

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