HIJO DEL DRAGÓN - CAPITULO III
- Mr.Ghost
- 6 ago 2017
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Había por lo menos cuatro clanes criminales reunidos en el gran salón de Alamut y todos ellos tenían sus propias razones para querer derrocar al Señor del Crimen Muur, el actual líder del Gremio de Areneros.
Durante años, Makar había forjado alianzas secretas con varios líderes de estos clanes, quienes se dedicaban a apropiarse con un gran porcentaje de las ganancias obtenidas de los saqueos y pillajes sin rendir tributo al gremio y, desde luego, sin el conocimiento de su amo.
Erasmus estaba complacido. Nada era más confiable que un hombre que te puede traicionar, los hombres honorables son más impredecibles porque nunca sabes cuando la fragilidad de su honor será puesta a prueba.
—Estoy seguro de que Muur jamás estaría dispuesto a entregar el liderazgo sin pelear. Mucho menos a rendirse de la forma que ustedes esperan. – se jactó Boyce, líder del Clan de los Desolladores del Sol, mientras se servía mas Vino de Narciso en la otra punta de la gran mesa del salón. Detrás de èl estaban sus subordinados que, al igual que su líder, eran hombres corpulentos y salvajes que parecían suplicar por una buena excusa para sacar a lucir sus cuchillos.
—Me temo que estoy de acuerdo con Boyce —asintió Gerold del Clan de las Arenas Sangrientas —aun si nos unimos, Muur se encuentra protegido en su palacio con todos sus guardaespaldas. Incluso de tener éxito, cuenta con el apoyo de otros cincuenta clanes que operan a su servicio en las costas lejanas, La victoria solo nos duraría un día.
Eramus se encontraba sentado en el otro extremo de la punta de la gran mesa, con Eradia y Makar a su lado. Los tres permanecían en silencio observando como aquellos bárbaros debatían el nivel de riesgo y el precio que esperaban en compensación por poner sus cabezas en peligro. Una imagen similar vino a su mente por un momento, como un fantasma de un pasado ya muy distante. En aquel momento todavía era el joven heredero del Imperio y su Señor Padre ejercía celosamente el control de la Casa Rochester.
Todavía recordaba con toda claridad aquella escena en que la relación entre ambos se quebró por completo.
—El Emperador ha perdido todo el poder que le quedaba— decía su padre en la gran mesa de hierro sentado junto a su hermana, su madre y su fiel perro faldero, el despreciable Lord Roockwood — los años lo han debilitado y sus aliados ya están considerando lo mismo que nosotros, Roockwood. El anciano no puede seguir al mando.
—Palabras muy ciertas, mi señor de Rochester. Pero por mas verdad que eso sea tenemos que considerar el riesgo —señalo el anciano Lord tocándose su grasienta barba de chivo —existe mucho en juego. Su hijo es el favorito del Emperador para ocupar su cargo, si esta traición llegara a sus oídos el exilio seria el menor de nuestros problemas. Pero si él aceptara firmar su renuncia…
—Eso es ridículo, él jamás sedera su poder —interrumpió su madre — es lo bastante arrogante como para llevarse el trono a la tumba con tal de vernos sometidos a su voluntad. Nuestros hijos ya son casi adultos y Erasmus esta tan cerca de él—giro sus fríos ojos rojos hacia el extremo de la mesa donde estaban sentados los dos hermanos —solo tendría que asegurarse de que el anciano se tropiece con una muerte accidental.
—Entonces tiene que ser Erasmus quien ejecute el plan. No podemos darnos el lujo de esperar a que ceda el trono por las buenas —declaro su padre, sin mirar a su hijo mientras tomaba una copa de vino — una vez que…
—No — interrumpió tímidamente el muchacho con la mirada baja.
— ¿Qué acabas de decir? – pregunto su padre golpeando la copa de vino contra la mesa y mirándolo en tono severo. Aquello había sido un error que le costaría caro.
—Dije que no —le respondió en un tono más firme. Pero debajo de la mesa, su mano estaba agarrada con fuerza a la de su hermana.
De pronto todas las miradas quedaron clavadas en el muchacho, miradas cargadas de odio y rencor. El frio le invadía el cuerpo hasta que sintió la calidez de la mano de Eradia tocando sus dedos.
Sin embargo, supo que en aquel momento estaba completamente solo en la oscuridad.
El vino derramado en la cara de Boyce combinado con desafíos y acusaciones de cobardía bastaron para que los puños estallaran de rabia y todos los clanes ahí presentes se dispusieran a pelearse entre ellos, mientras Makar y los dos hermanos contemplaban la escena con frialdad y frustración. Parecía más una representación teatral de una pelea callejera que una reunión entre líderes, pero así era como los clanes criminales arreglaban las cosas. En efecto, eran plenamente conscientes que organizar a aquellos salvajes supondría un reto mayor de lo que tenían planeado, pero no significaba que no fueran susceptibles a la intimidación.
Una daga se clavó velozmente en la gran mesa de madera y todos los jefes y sus secuaces captaron el mensaje inmediatamente, por lo que volvieron a acomodarse en sus asientos para escuchar lo que Makar tenía que decir.
—No estamos aquí para pelear entre nosotros por mezquinas disputas – exclamó mientras miraba a todos los presentes— estamos aquí para derrocar a Muur y tomar el control del gremio. Si se rinde o tenemos que matarlo no importa.
—Estamos aquí porque nos prometiste oro – gruñó Exes, el jefe de Los Machacacraneos— si quisiera ver la fea cara de Boyce, le habría dicho a mis hombres que me trajeran su cabeza, sin ofender Boyce.
Todos los criminales respondieron al comentario de Exes llenando el salón con sus risotadas. A excepción de Boyce, quien le dedicó un gesto obsceno con el dedo.
Makar, sin prestar atención al comentario, continúo con su discurso.
—Cuando tengamos el gremio tendremos el oro, pero no obtendremos nada si no nos organizamos. Solo es cuestión…..
Cuando Erasmus se levantó de su silla, Makar y todos los presentes se quedaron callados, no por respeto sino por miedo. Los grandes jefes de clanes lo miraban con actitud hostil para disfrazar el temor que aquel forastero les inspiraba. Todos ellos sabían que había sido él, quien asesino a Gedd, el Muro y al resto de los hombres de Makar durante aquella masacre en el Templo de Ib. La mayoría de ellos bajaba la mirada para no ver aquellos gélidos ojos rojos que recorrían el salón en tono inquisidor.
—La razón que los ha traído aquí, ante nosotros es simple: dinero y poder. Durante años el Jefe Muur ha explotado sus servicios, despojándolos de sus bien merecidas ganancias y dejándolos solo con una pequeña parte del botín obtenido —dijo el joven Señor Oscuro con tono solemne, mientras Eradia recorría el salón detrás de cada invitado —nosotros queremos aprovechar sus talentos y estamos dispuestos a ser mucho más generosos que su amo. El dinero no tiene objeto para personas como nosotros, obtendrán todo lo que desean y más, pero solo si nos dan su lealtad y juran servirnos.
La única respuesta que rompió el silencio fue un desagradable eructo propinado por un hombre sentado en una de las esquinas del fondo. Era un hombretón de barba áspera y lleno de tatuajes en su cabeza que se limpiaba la boca con el dorso de la mano.
-Muchacho, debes estar demente para creer que puedes convocarnos y empezar a darnos ordenes — lo desafió el hombre tatuado, esta vez mirándolo a los ojos — ¿sabes a cuantos jóvenes como tu he ordenado cortarle la lengua por hablarme en ese tono? Pensando que puedes tratarnos como vasallos y creyéndote líder, la mayoría aqui piensa que mataste al Muro pero dudo que pelearas contra él sin que te hubiera dejado una cicatriz en esa linda carita que tienes —replicó escupiendo al piso — para empezar nunca antes había escuchado de ustedes y ….ahghh!
El hombre tatuado se derrumbó de su silla tocándose ambos extremos de la cabeza donde habían estado sus orejas antes de que Eradia lo tomara por detrás y se las arrancara de un tirón.
—Y ahora nunca más escucharas —le dijo la joven.
Lo había hecho tan velozmente que nadie de los hombres que estaban cerca tuvo tiempo de actuar. Más de uno giraba la cabeza de repulsión al ver al robusto hombre retorcerse de dolor mientras intentaba tapar los orificios con sus manos por las cuales se escurría la sangre a borbotones.
Eradia continúo con su recorrido alrededor del salón, moviéndose elegantemente detrás de aquellos hombres supuestamente tan peligrosos. Si bien al principio de la reunión la miraban pensando en lo que le harían a la muchacha, ahora solo podían pensar en lo que ella les haría a ellos si la miraban a los ojos. Todos prefirieron desviar la mirada antes de tener que averiguarlo.
<< El miedo de tus enemigos hacia ti los convertirá en tus aliados>> solía decir su padre.
Cuando regreso al lado de su hermano, este le hizo un gesto de aprobación y la invito a tomar su asiento. Ella lo obedeció, pero no sin antes de arrojar las orejas del hombre sobre la mesa para que todos entendieran con quienes lidiaban.
—La insolencia viene con un precio —sentenció Erasmus
—Sabias palabras, Mi Señor —dijo Makar inclinado la cabeza y volviéndose hacia sus compañeros — ¿ahora entienden mi punto? Lo que haga Muur con ustedes es el menor de sus problemas.
Todo el valor y la arrogancia que podían expedir aquellos hombres se redujo a nada. Eran hombres que entendían la violencia, que habían cometido las más crueles atrocidades contra inocentes y peleado contra todo tipo de enemigos sin ningún temor a la muerte, pero ahora el miedo los había paralizado y rechazar la oferta tampoco era una opción que les garantizara poder salir vivos de allí. Se miraron entre ellos y comprendieron que para bien o para mal, siendo grandes jefes de clanes, eran sirvientes de algo más peligroso que ellos.
—Como decía, el dinero no será problema, todo lo que encuentren en las cámaras del tesoro del palacio es suyo para que hagan lo que les plazca. Una vez que Muur esté muerto tomaremos el control del gremio y armaremos un ejército para controlar a todas las ciudades de la región. El miedo es lo que los mantendrá bajo control.
Incluso sabiendo que dar excusas tampoco lo podría salvar, Shago del Clan Puño Rojo sabía que tenía que ser realista frente a la situación que le proponían.
—Solamente hemos traído a unos pocos hombres con nosotros, no tenemos suficientes como para emprender una guerra — dijo sin levantarse de su silla.
Pero ni Makar ni Erasmus estaban de humor para escuchar excusas.
—Esto no es una guerra Jefe Shago — declaró — en dos días Muur espera que le entregue su tributo, sabe que fui a Ib a buscar tesoros, por lo que se espera carretillas llenas de objetos de valor — hizo una pausa para señalar a Gerold — Los Arenas Sangrientas se infiltraran en el palacio para darnos apoyo mientras usted y Boyce entran con nosotros ocultos en la caravana.
-¿y para que necesitas a los Machacacraneos entonces? — preguntó Exes— ¿acaso estamos pintados?
- A ustedes los necesitamos aquí en Alamut — se apresuró a decir Erasmus antes de que Makar pudiera responder — por si las cosas se complican.
Makar parecía desconcertado. No le agradaba la idea de ir con menos hombres, el plan ya de por si era arriesgado con los números corriendo en su contra.
-Mi Señor, no creo que sea prudente disponer de menos hombres de lo planeado.
- No podemos arriesgarnos. No sabemos si Muur tiene un As bajo la manga, necesitaremos un lugar armado con hombres en caso de tener que reagruparnos.
Makar asintió pero no dejaba de sentirse intranquilo al respecto. Solo Exes parecía satisfecho con la idea de quedarse protegido en Alamut.
-Bueno, en ese caso mándenle mis saludos a Muur.
-Usted viene con nosotros Jefe Exes, estoy seguro de que Muur apreciara sus saludos en persona — dijo el Señor Oscuro.
-Pero…¿acaso no dijo que…
-Ponga a su segundo al mando a cargo de la fortaleza mientras usted viaja con nosotros hacia el palacio de Muur. No tengo intención de que solo usted no corra riesgos. Nos infiltraremos en el Palacio y dejaremos a Muur desprotegido mientras matan a los pocos matones que lo protegen. Si èl sospechara algo tendría sus defensas mas fortificadas y esperaría un ataque frontal, pero solo espera a Makar, quien nos entregara ante su amo como venganza por haber matado a sus hombres en las ruinas de Ib.
— ¿y que pasara si nos negamos a cooperar con ustedes? —Cuestiono Boyce emitiendo un bufido — por más poderosos que parezcan. Siguen siendo dos contra todos nosotros.
—Pueden unirse a èl — respondió Erasmus señalando al extremo de la mesa.
Todos parecían desconcertados hasta que vieron al hombre tatuado levantándose con un cuchillo en cada mano y una mirada asesina que parecía indicar que no estaba nada contento de haber perdido sus orejas.
Se abalanzó sobre la mesa con toda brusquedad como una bestia encolerizada buscando una presa y corrió directo hacia Erasmus listo para rebanarle el cuello antes de que el muchacho pudiera desenvainar su espada. Pero este solo lo apunto con sus dos dedos de la mano derecha. No necesitaba una espada teniendo al Fuego Rojo como su aliado. Una luz plateada cegó por un breve momento a los presentes. Era una luz estruendosa y caliente que parecía nacer en las yemas de sus dedos para luego desaparecer en segundos. Un relámpago disparado con la suficiente destreza y velocidad como para cortar la carne de sus enemigos. La cabeza del hombre tatuado se desprendió rápidamente de sus hombros y su cuerpo inerte se desplomo sobre la mesa, dejándole en claro a Boyce que sin importar cuantos fueran, no serían suficientes.
Por décadas, aquellos versados en las artes del Fuego Rojo habían perfeccionado sus habilidades en combate hasta convertir sus cuerpos en instrumentos de su propio odio, de tal forma, que podían emanar electricidad al unir sus dedos índice y medio. Ciertamente, muchos supersticiosos asocian esta clase de poder con la brujería, puesto que son muy pocos los que conocen la naturaleza del Fuego Rojo de la Ira, para fortuna de los Rochester, Kemet era una tierra de superstición, y aquellos hombres se apegaban a su miedo antes que a su arrogancia frente a tales poderes sobrenaturales.
- ¿alguien sabe cómo se llamaba? — preguntó Erasmus al resto.
- Tennor, el Jefe del Clan de los Escorpiones tatuados — respondió el Jefe Shago.
A Erasmus le pareció divertida la elección del nombre. Aunque no esperaba tener que asesinar a un Jefe de clan. Los necesitaba a los cinco.
-Que apropiado. Felicidades Jefe Exes, ahora es el nuevo dueño de los Escorpiones Tatuados. Ya tiene quien lo acompañe a darle sus saludos a Muur.
Todos los demás rieron para desestresar el ambiente aunque ya sabían que echarse atrás no era más una opción. Habiendo demostrado su punto una vez más, Erasmus hizo un gesto a los que aún no estaban muertos de miedo.
—La decisión es suya caballeros, pueden ser hombres poderosamente ricoso vivir miserablemente a las órdenes de Muur —dijo el Señor Oscuro haciéndoles un gesto hacia su hermana mientras ella se servía un copa de vino— suponiendo que todos ustedes puedan salir vivos de aquí.
Boyce fue el primero en levantarse. Después de haber cuestionado los poderes de los Rochester, tenía que al menos dar algo parecido a una disculpa.
—En vista de los eventos actuales estaremos honrados de trabajar con ustedes— dijo resignado.
—Para nosotros— corrigió Eradia.
Boyce asintió frente a la corrección de la joven y miro a Makar.
-Pero esto no cambia nada. Aun si no nos matan en la puerta del palacio, no significa que te besare el culo, Makar. Me daras mi oro y me dejaras operar sobre mi clan en paz.
-Solo si no te matan en el palacio — replicó Makar.
—Entonces no hay más que decir— intervino Erasmus — Preparen a sus hombres, atacaremos el palacio en dos días.
Una vez que todos los hombres se habían retirado, Erasmus y Eradia comenzaron por fraguar la verdadera parte del plan. Makar se quedó sentado en el extremo del salón mirando el fuego de la chimenea. A diferencia de los demás, sus motivos eran más personales para entrar en conflicto con el Gremio de Areneros, si bien era un hombre codicioso, nunca había considerado la posibilidad de derrocar a su líder sino hasta que la mujer que amaba, Dorlea, había sido tomada por Muur como su concubina personal. Una vez que la transición de poder estuviera resuelta, Makar se convertiría en el nuevo jefe del gremio, afianzando su poder sobre las Arenas Externas y con dos Señores Oscuros susurrándole al oído.
—Boyce nunca bajara la rodilla ante ti —dijo Eradia — y dudo que el resto de los jefes te apoye cuando llegue el momento de tomar el mando.
El criminal la miro con escepticismo.
-¿acaso usó sus brujerías para leer sus mentes, Mi Señora?
-No necesito leer sus mentes para saber cómo piensan.
En eso tenía toda la razón. A donde quiera que volteara encontraría más traidores que aliados en este momento. Pero no necesitaba sirvientes juramentados que le obedecieran toda la eternidad, solo los necesitaba usar para alcanzar su verdadero objetivo.
—Una vez que recupere a Dorlea, haré que le corten la cabeza delante de los demás jefes y luego veremos a quien apoyan —le respondió Makar volviéndose hacia Erasmus, quien miraba por la ventana hacia un cielo sin estrellas — ¿me garantizas su seguridad?
El Fuego Rojo estaba alineando todas las piezas a su voluntad pero no podía evitar mantener sus propias dudas sobre el desenlace. Incluso él, entendía que el exceso de confianza podía envenenar cualquier plan.
- Se avecina una tormenta — respondió con la mirada fija en el cielo nocturno.
- ¿Mi Señor?
—No, solo puedo garantizarte que la volverás a ver.

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