HIJO DEL DRAGÓN - CAPITULO II
- Mr.Ghost
- 5 ago 2017
- 11 Min. de lectura
Pese a las supersticiones locales, La antigua fortaleza de Alamut proveía una cierta seguridad para aquellos que buscaban un techo del cual protegerse de los peligros que albergaba el desierto al bajar el sol. La mayoría de los viajeros la evitaban a toda costa debido a las cruentas historias que se albergaban dentro de sus muros. Historias de fantasmas de sedimentos de venganza que recorrían los pasillos de las mazmorras y espíritus de jóvenes muchachas asesinadas a sangre fría. Cualquiera hubiese pensado que el viejo castillo era un recinto que invitaba a la desgracia de quienes se aventuraban a pasar por sus puertas. Cualquiera menos Eradia Rochester
La joven recorría los pasillos de la vieja fortaleza, inspeccionando que no hubiera nada que advirtiera su presencia. A diferencia de su hermano, ella no se prestaba a darle importancia a aquellos relatos de magia y misticismo. Tenía otros planes en mente, con su mirada siempre puesta en el Oeste, donde se extendían tierras verdes, montañas gélidas y ríos caudalosos en el país que ella había dejado atrás. Se cumplía un año de su vida en el exilio y sentía que, con cada día que pasaba, la ilusión de ver destruidos a los Nobles, aquellos servidores del Reino que los habían vencido, se desvanecía cada vez más. Fue culpa de ellos en primer lugar, junto con los ejércitos del Rey, que tuvieron que escapar de su completa aniquilación y verse forzados a una vida de supervivencia, huyendo de la tierra que por derecho era suya y verse forzados a esconderse en uno de los rincones más orientales del continente.
Ciertamente, los pasillos de Alamut le traían recuerdos de su vida en The Riddle, el castillo ancestral que su familia tenía en las Tierras del Sur, donde se había criado junto con su hermano, Erasmus. La antigua fortaleza le hacía transportarse a los días de su infancia, que ya parecían tan lejanos. El tacto de su mano desnuda sobre la piedra fría de los muros le provocaba una sensación agradable y nostálgica, como si nunca se hubiera marchado de su hogar. Por un momento intento visualizar todo lo que había dejado atrás; El penetrante olor de los pinos en primavera, el dulce sonido de las hojas de otoño crujiendo bajo sus pies y el silbido gélido del viento entre los árboles en las primeras nevadas de invierno.
Kemet no tenía nada de eso.
Los Kemitas o <<salvajes>> como ella solía denominarlos, apenas contaban con rutas o caminos modernos. El grueso de su geografía se constituía de desiertos, montañas y algunos oasis medianamente potables. Todo un paisaje de desolación bajo la piedad de un sol abrasador que podía hacerte caer por deshidratación en cuestión de horas sin previo aviso.
Sin embargo, a pesar de su situación, ella ya estaba acostumbrada a los ambientes hostiles. Desde pequeña, ella se había criado en un mundo crueldad, donde el Imperio libraba una guerra de cien años sin descanso contra el Reino y la Nobleza. Su familia era una de las seis Casas Imperiales que servían al Emperador, el Señor Oscuro Orphen, quien, en sus últimos años, había elegido al joven Erasmus Rochester para ser el que le sucediera tras su muerte, o al menos ese era el plan hasta que el Imperio dio por perdida la guerra.
Por su parte, el padre de ambos, tenía su propia visión de un futuro diferente para el Imperio, pues vio en sus hijos una oportunidad con la que podría alcanzar sus propias ambiciones. Desde el momento en que ella nació se le dijo que estaba destinada a la grandeza, y sus habilidades con la espada no hicieron más que reafirmarlo. Claramente era toda un prodigio, ya a los ocho años ella se había entregado por completo al poder del Fuego Rojo de la Ira, al matar a su primer hombre y entrar en profunda conexión con su rabia, convirtiéndose en la más joven de la historia en recibir semejante bendición. Nada de esto le sorprendió a su padre, debido a que el viejo Señor Oscuro de Rochester siempre se había esforzado por convertirla en un arma de odio puro que pudiera usar en contra de sus enemigos. Cada herida recibida durante sus entrenamientos se convertía en una prueba más que superar, de modo que cuando estuvo lista para su iniciación en la guerra, ya era la más temible servidora del Emperador.
En contraste, el Señor Oscuro de Rochester se decepcionaba de su hijo, quien todavía no había podido hacer un vínculo con el Fuego Rojo y seguía teniendo esos ojos verdes que para él solo eran símbolo de vergüenza y debilidad, pues el niño no había demostrado tener ningún talento para emplear la fuerza física o para quitar una vida. Constantemente se dedicaba a compararlos todo el tiempo con la esperanza de endurecer las emociones de Erasmus, y hacer que entrara en conexión con sus sentimientos agresivos, pero a pesar de todo, esto nunca ocurrió sino hasta que cumplió los trece años. Cuando eran niños, ella siempre intentaba protegerlo de cualquier peligro lo cual le valió el desprecio y burlas de muchos que alegaban que una mujer era la verdadera representante de la Casa Rochester, cosa que enfurecía a su padre y amenazaba con hacerlo ver débil frente a las otras casas.
Mientras que Erasmus encontraba placer en actividades como la lectura y las ciencias, Eradia, por su parte, desarrolló un extraordinario talento en el campo de batalla. Su naturaleza estaba en la guerra y el combate, por lo que no tardo en ganarse la admiración y el respeto de muchos soldados a su mando. Cuando ambos llegaron a tener edad suficiente, su padre, sabiendo lo débil y enfermo que se había vuelto el Emperador, compartió con sus hijos sus planes para tomar el poder.
-Recuerden esto: el Fuego Rojo es el arma más poderosa que existe en el Inframundo y su poder fluye por sus venas — solía repetirles su padre —un día cuando llegue el momento, destruirán al Emperador y reclamaran el trono para la Casa Rochester. No existe otro propósito que ese.
A partir de ese momento sus vidas dejaron de ser suyas y pasaron a tener el único objetivo de servir a su Señor Padre, quien se esforzó de lleno en sembrar en ellos la semilla de la ambición. Aquellos planes de conquista embriagaban a la joven Eradia de tal forma que soñaba con hacer realidad la visión. Era cierto, el Fuego Rojo era la fuente de poder más invencible que existía, independientemente que aquellos hipócritas de los Nobles lo consideran inmoral o maligno. Todo por no estar dentro de su mugroso código de ética donde los medios eran más importantes que el fin en sí mismo. No era de sorprender que su Reino, gobernado por los débiles, hubiese estado menguando durante gran parte de la guerra.
Pero ya no estaban en El Reino, y sus pensamientos tenían que sentarse únicamente en sobrevivir. Habían pasado todo un año escondiéndose de sus enemigos y huyendo sin rumbo en la búsqueda de algún lugar del cual pudieran hacerse con el control. Habían tenido suerte en encontrar Alamut, su tétrica historia y su posición aislada la convertían en un lugar ideal para fraguar sus planes sin ser vistos por nadie. Ni siquiera las bandas de saqueadores se atreverían a adentrarse en un lugar que solo era polvo y podredumbre marchitada por el paso del tiempo. Encendió unas velas y se sentó en uno de los grandes salones que estaban deshabitados.
No había nada para hacer. Excepto esperar noticias de su hermano.
Al ser los únicos Señores Oscuros que habían sobrevivido a la guerra, ambos comenzaron a idear el plan que, algún día, les permitiría vengarse del Reino y destruir a los Nobles. Sin embargo, también reconocieron que dicho plan tomaría más de una década en ejecutarse. Primero tenían que reunir una vasta red de espías y servidores que pudieran operar desde las sombras, sin que los Nobles ni el Rey se dieran cuenta de su presencia y que les permitieran comprar influencia en las más altas esferas.
La joven miro por la ventana buscando señales de su hermano pero solo se podía ver la inmensidad del desierto por la noche. Detestaba aquel país sin nada más que arena y unas cuantas ciudades. La única que parecía disfrutar era Bazil, la serpiente albina tomada como mascota por los hermanos, que se encontraba en la mas mazmorras alimentándose de un mercader que había sido lo bastante estúpido como para refugiarse en la fortaleza durante una tormenta de arena.
Pasaría un buen tiempo hasta que Erasmus regresara así que aprovecho el momento a solas para entrenar distintas técnicas de desenvaine. La muralla exterior era, sin duda, su lugar preferido, ya que podía moverse con más libertar sin tener que contenerse mientras repetía diferentes variaciones de movimientos.
Después de entrar en calor durante cada sesión de entrenamiento, acostumbraba afilar su espada. Siempre estaba afilada, pero con el tiempo había desarrollado la rutina de darle filo cuando se sentía intranquila. Era su ritual para mantenerse calmada. Sin duda, era un arma única en su tipo: una espada de doble hoja forjada en Mortoros que, al igual que la de su hermana, fue fabricada con su sangre y bendecida con todo el poder del Fuego Rojo, pero con una diferencia notable: era una de las pocas espadas dobles de su era. Solamente los más grandes guerreros del Imperio podían dominar de forma precisa el manejo de una espada de doble hoja debido al riesgo de poder quedar mutilado desde ambos extremos. Las dos hojas se mantenían conectadas por una empuñadura de acero con diseño de serpientes entrelazadas que simbolizaban el emblema ancestral de su familia.
<<Una espada digna de un Rochester>>, le había dicho su padre el primer día en que ella había conseguido forjarla.
Una espada digna de un Rochester, aun ahora ella se preguntaba el significado real de esas palabras, ¿la espada debía ser digna de ella o ella debía ser digna de la espada? La respuesta solo podría encontrarla como siempre lo había hecho: asesinando.
Podía escuchar a los murciélagos de la fortaleza, chillando y aleteando, en medio la ejecución de su tradicional danza nocturna. Siempre que el sol bajaba aprovechaban para abandonar Alamut y salir de caceria. Al cabo de un tiempo, aquel chillido comenzó a ser una verdadera molestia. Usando el impulso de sus caderas y el largo de su brazo, lanzó la espada como si fuera un boomerang hacia sus presas y poco a poco aquellas criaturas comenzaron a ser rápidamente despedazadas como si fueran marionetas de papel que explotaban de sangre. Sin importar que tan lejos la lanzara, la espada siempre volvía a la mano de su dueña.
<< Ambas somos dignas una de la otra>>, pensó mientras sonreía al ver aquella lluvia de sangre cayendo al vacío.
Tenía muchas dudas sobre su propio futuro, toda su vida había dado un gran giro. Ya no era Lady Eradia de la Casa Rochester, solo era una jovencita en medio de la nada pretendiendo tener el control de la situación. Desde el exterior, ella siempre se mostraba segura de sí misma, pero en el interior dudaba de cada movimiento, pensando que cualquier descuido podía ser su fin. En ese sentido, admiraba a su hermano. Él había demostrado adaptarse mejor a la vida de fugitivo que ella. No le gustaba permanecer inmóvil. Necesitaba el estímulo de guerrera que había perdido.
El frío viento del desierto revolvía su pelo con la misma delicadeza de las manos de un amante, y en ese momento se percato de que unas alas negras se deslizaban por el firmamento nocturno.
Finalmente había regresado.
Montaba un Wayvern negro de proporción mediana que había comprado en uno de sus viajes. A ella no le agradaba, la última vez que Erasmus le había querido enseñar a volar prácticamente se desmayó de las náuseas que le provocaron las alturas. Desde entonces, optó siempre por seguir moviéndose a caballo.
— Te dije que no me esperaras — dijo al desmontar.
—No podía dormir. Aproveche para entrenar un rato. — Sacó un pañuelo de su bolsillo y se lo pasó por su mejilla –—estas hecho un desastre.
—Cierto. Pero valió la pena.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de Eradia al escuchar eso.
Los dos caminaron por el largo corredor de la muralla en dirección a una escaleras que daban tramo directo hacia las mazmorras de Alamut y comenzaron a descender a lo profundidades del corazón de la fortaleza.
— ¿Qué noticias tienes?
Erasmus tomó su mano y le entregó la insignia que le había quitado a Makar. Ella no pudo evitar mostrarse emocionada al respecto al ver que la operación había sido un éxito.
- logre establecer contacto con el Gremio de Areneros
Su hermano le contó todo lo que había pasado aunque no hizo ninguna mención sobre la extraña presencia que había intentado hacer contacto con él ni tampoco creyó conveniente dar cuenta sobre sus investigaciones personales en Ib. En todo caso, prefirió omitir esos detalles hasta que estuviera plenamente seguro con que fuerza estaba lidiando. Pero ahora eso no importaba por el momento, tenían planes que concretar y las piezas de su tablero ya estaban empezando a moverse.
— ¿a cuántos dejaste ir?
—Solo a Makar, le pague lo suficiente como para que sobrevivía a su viaje de regreso. Puedes confiar en que llevara nuestro mensaje.
- Confió en ti, no en él. Pero no dejan de ser excelentes noticias. Sin embargo, no puedo evitar sentir algo más que tu victoria. Descubriste algo útil sobre él ¿no es así?
—Es cierto, encontré algo sobre nuestro nuevo aliado que puede concedernos una ventaja. Aparentemente, tiene una motivación mucho mas personal para rebelarse en contra Muur.
—Una mujer.
Erasmus asintió con la cabeza. Su hermana tenía un talento excepcional para adelantarse a la mente de los hombres.
- Una debilidad predecible pero una debilidad a fin de cuentas, será algo que podemos explotar y que nos hará ganar su lealtad.
—Sin embargo, debemos actuar con prudencia, estos areneros son piratas y saqueadores, su lealtad gira en torno al dinero, debemos atraerlos apelando a su codicia — advirtió Erasmus.
—Por supuesto, la promesa de llenar sus bolsillos de oro y victoria nos dará el ejército que necesitamos. Dime ¿A dónde se ha dirigido?
—Makar tiene vínculos clandestinos con varios Jefes de los clanes criminales que conforman el Gremio. Todos ellos mantienen desde hace tiempo la intención de derrocar a Muur, aunque tienen serias dudas sobre llevarlo a la práctica. Tardará tres días en reunirlos a todos. Pero una vez que pasen por nuestra puerta, los ayudaremos a reevaluar su lealtad.
- Exactamente como lo planeamos — afirmó Eradia mirando más de cerca la insignia del Gremio de Areneros — curioso. Intentamos quebrar a una organización cuyo emblema es un sol quebrado.
Las oscuras escaleras de piedra dibujaban una gran boca de lobo tan basta que hubiera atemorizado a cualquiera sino fuera porque Erasmus utilizó su iluminador para crear un camino de antorchas.
Hacía mucho tiempo que ningún ser humano se atrevía a descender por aquellos laberintos de piedra ensangrentados con la mancha de los terribles acontecimientos que habían atestiguado a lo largo de los años. Se decía que una antigua secta de asesinos había habitado en las entrañas de la fortaleza, mucho antes de la Guerra. Durante su tiempo, la secta había masacrado a incontables jefes de estado, lideres criminales y princesas de todo Kemet. Erasmus se mofaba de aquellas historias de fantasmas del pasado, pero la idea de que la conciencia de otro ser pudiera trascender después de su muerte era algo que despertaba su curiosidad ¿tenían algo de verdad esas historias? ¿Era posible una existencia después de la muerte física? Aquellas eran preguntas que lo mantuvieron absorto un buen tiempo la primera vez que escucho hablar de Alamut. Un viejo bibliotecario le reveló la localización de la fortaleza cuando ambos se escondían en la ciudad de Gezda a unos pocos kilómetros al este de Ulthar. El antiguo castillo no figuraba en ninguno de los mapas modernos, solo unos pocos pergaminos amarillentos mencionaban sus coordenadas exactas. Por fortuna, el bibliotecario les otorgó de buena gana los pergaminos después de probar la dulce persuasión de la espada de Eradia alrededor de su cuello.
Al final de las largas escaleras se divisaba la entraba a las mazmorras de Alamut, donde el cadáver de un mercader que parecía haber sido regurgitado ya varias veces emitía pequeños chasquidos de huesos reventándose mientras una gran serpiente blanca permanecía enroscada en torno a él. Bazil se daba un festín con la carne muerta mientras veía a sus amos abrir la vieja puerta de hierro de la celda.
Eradia vio a su querida mascota y le sonrió como una niña. Se inclinó y le dio un beso en la frente.
— Cualquier bestia muere cuando le cortan la cabeza — le dijo mientras acariciaba a la serpiente como quien acaricia un gato — El Gremio de Areneros se rige por la misma naturaleza, no es muy diferente de un lobo o un león.
Erasmus también se inclinó para acariciar la frente de Bazil.
—Solo si les insertan un corte decisivo —señaló su hermano—si se falla en ejecutar el ataque la bestia vivirá lo suficiente como para intentar buscar venganza.
Al oír aquello, la sonrisa infantil de Eradia adoptó un aire siniestro.
—Nos aseguraremos de que no vivan lo suficiente como para intentarlo.

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